Venían cargados de flores de los montes. Caía la tarde. Parecía que el oro se convertía en plata. Los lirios parecían con otra frescura. Y sin darse cuenta había dejado a Platero atrás.
El claro viento del mar sube por la cuesta roja. Platero contento, ágil y dispuesto como si no
llevara a nadie encima subía. Ibamos en cuesta arriba como si fuéramos en cuesta abajo. Platero yergue las orejas y en la otra colina está su amada y se oyen rebuznos entre ambas colinas. Pasa frente a ella con cara triste y Platero trata indócil y a veces mira para atrás entristecido.
Encontré a Platero echado en su cama de paja. Fui a él, lo acaricié hablándole y quise que se levantara. El pobre no podía.
Mandé venir a su médico.
Tras haber analizado a Platero, le dije que si era grave.
Y no sé exactamente lo que contesto: Que si un dolor… una raíz mala… Que el infeliz se iba a…
El caso es que a mediodía el pobre de Platero murió.
Platero, tu nos ves ¿verdad?
¿Verdad qué ves como se ríe en paz, clara y fría el agua del huerto, verdad que ves pasar a los borricos de las lavanderas…? Si tu, me ves. Y yo creo oír, sí, si, yo oigo tu rebuzno lastimero endulzando todo el valle de las viñas.
Adiós Platero.